Decir no no basta

TRASCENDER EL MUNDO DE LAS COSAS

El auge de las supermarcas hunde sus raíces en una única idea, inocua en
apariencia, desarrollada por teóricos de la gestión empresarial a mediados de la
década de 1980: que, para asegurarse el éxito, las corporaciones tienen que fabricar
marcas, y no tanto productos.
Hasta ese momento, aunque el mundo corporativo entendía perfectamente la
importancia de apuntalar el nombre de su marca mediante la publicidad, la principal
preocupación de todo fabricante cabal era la producción de bienes.

Pero llegados a la década de 1980, las ventas de bienes de marcas clásicas como
Tide, Levi’s y Marlboro habían empezado a flaquear. El problema parecía radicar en
que el mercado estaba inundado de productos prácticamente idénticos, y, con la
economía en recesión, mucha gente elegía en función del precio y no de una marca.
Los viejos trucos —vallas publicitarias, anuncios en televisión— parecían haber
dejado de funcionar; era como si los consumidores hubieran desarrollado una
especie de resistencia.

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