Mi padre era el más grande.
Todas las mañanas a las seis, despertaba al Sol.
“Presta atención, hijo mío”, decía poco antes de abandonar a las gallinas, “voy a salir y despertaré al Sol”.
Se subía a lo alto de un montón de estiércol y cantaba.
Era un poderoso quiquiriquí.
Despertaba al Sol. Todos los días.
¡PODEROSO!
También esa mañana, yo desperté temprano. Siempre me despertaba temprano, pero nunca antes de papá.
Esa mañana, no vino. Estaba caído de espaldas y con las patas estiradas al aire.
Mi madre dijo: “Tu padre no puede hoy despertar al Sol. A partir de hoy, te toca a ti”.
Yo nunca había despertado al Sol.
Madre se encontraba en la puerta de la cuadra y asentía. Ella me creía capaz de todo.
Canté.
El Sol salió.
Yo lo había despertado.
Hacia el mediodía, vino a verme Juani. Dijo:
“No intentes presumir. El Sol sale también sin ti”.
No la creí.